Domingo al medio día, la familia se reúne en la casa de los abuelos para almorzar. La sobremesa forma parte de la rutina dominguera, donde se escuchan anécdotas, se comparten noticias y hasta se habla un poco de política. En una de las cabeceras están sentados el Tata y su nieto Luis de 4 años. Llevan más de 5 minutos sumergidos en una carcajada ruidosa y contagiosa,  ajenos a la conversación de los adultos. Los observo tratando de descubrir el motivo de semejante disfrute. El Tata simula una siesta con ronquidos acompasados y cuando Luis lo toca, éste le responde con mímicas y ruidos que tientan a su nieto hasta el límite de tambalearse en la silla. No puedo no sonreír y disfrutar de semejante interacción. La abuela desde la otra cabecera les llama la atención y yo me apresuro a decirle -¡Abu solo están jugando!.

¿A ésta y a cuántas otras experiencias podemos definir como juego?. 

Pero ¿qué es el juego?. Esta pregunta me resulta compleja de responder y hasta diría que me genera incomodidad, porque siento que si defino al juego lo limito, lo encasillo. El niño juega desde muy temprana edad, el juego está presente incluso antes de la adquisición del símbolo. Acaso ¿no llamaríamos juego cuando el bebé sonríe y balbucea ante el adulto que lo mira, sonríe e imita?, o ¿cuando el bebé explora el entorno y busca la mirada del adulto para compartir sus descubrimientos?, o ¿cuando empuja un carrito al ritmo del “brrrrmmmm brrrrrmmm”?.

Pero también entiendo que de alguna manera necesitamos una definición. Los expertos en desarrollo infantil lo definen así: “el juego es una actividad que se realiza por sí misma, caracterizada por medios más que por fines, es decir en donde el proceso es más importante que cualquier objetivo.”

Cuando los niños juegan muchas veces observamos que para algunos determinada actividad es un juego, mientras que para otros no lo es y me pregunto cómo puede una actividad ser un juego para unos y no serlo para otros. Y aquí es donde nuevamente creo que la definición no alcanza para entender lo que es el juego y necesitamos pensar en cuáles son las propiedades del mismo. 

Nos detengamos un momento a mirar o recordar lo que ocurre mientras los niños juegan y registremos todo lo que observamos. Hay una motivación intrínseca por jugar, el niño se siente atraído por el placer de jugar, hay disfrute, el niño elige y tiene control lo cual le da seguridad, y cuando juega con otros comparte ese control nutriéndose y enriqueciéndose de la experiencia del otro, explora la realidad entrando y saliendo del mundo de la fantasía. 

Pero además el juego es un enorme recurso en sí mismo para el desarrollo del niño.

En la actualidad existe mucha evidencia científica acerca de los efectos positivos del juego en el desarrollo del cerebro de los niños. 

“La experiencia del juego cambia las conexiones de las neuronas en la parte frontal del cerebro”, dice Sergio Pellis, investigador de la Universidad de Lethbridge en Alberta, Canadá.

Esto es importante porque la corteza prefrontal es el centro de control ejecutivo del cerebro (funciones ejecutivas). Ahí es donde el cerebro regula e identifica las emociones, planifica y resuelve problemas.

Son esos cambios en la corteza prefrontal durante la infancia los que ayudan a conectar el centro de control ejecutivo del cerebro, que tiene un papel fundamental en la regulación de las emociones, la elaboración de planes y la resolución de problemas, dice Pellis. Y agrega, “el juego es lo que prepara a un cerebro joven para la vida, e incluso el trabajo escolar.”

Regular e identificar emociones, planificar y resolver problemas constituyen habilidades necesarias para desarrollar interacciones sociales exitosas. 

Pero estos investigadores no solo resaltan la importancia del juego sino que destacan la necesidad de que los niños participen de “juegos libres”. Cualquiera sea el tipo de juego en el que se involucren los niños, deben estar atentos a las señales, pistas e ideas del otro, tomar decisiones y negociar a qué van a jugar, cómo van a jugar, y qué reglas van a seguir. Y son estas experiencias a través de las cuales el cerebro construye nuevas conexiones y circuitos neuronales en la corteza prefrontal permitiéndoles participar y transitar estas situaciones de interacción social complejas. De esta manera los niños aprenden y adquieren matices sociales al participar en el juego y se vuelven más hábiles socialmente.

Lic. Socorro Cornejo

Referencias 

  • Brown, S., & C. Vaughn. 2009. Play: How It Shapes the Brain, Opens the Imagination, and Invigorates the Soul. New York: Avery Publishing.
  • Pellis V., Pellis S., Broccard Bell, 2011. The Function of Play in the Development of the Social Brain. 
  • Scott G. Eberle, 2014. The elements of play. Journal of Play, volume 6, number 2. 
  • Wieder Serena, 2017. The Power of Symbolic Play in Emotional Development Through the DIR Lens, Top Language Disorders,  Vol. 37, No. 3, pp. 259–281.